martes, 17 de mayo de 2011

Descubrimientos científicos gracias a errores o accidentes












  • Viagra: Los hombres que reciben tratamiento contra la disfunción eréctil deberían saludar a los trabajadores de Merthyr Tydfil, la villa galesa donde en 1992, durante unas pruebas efectuadas con una nueva droga contra la angina de pecho, surgieron los efectos secundarios que desafiaban la gravedad. Previamente esta villa, habitada por clase trabajadora, era conocida por producir un tipo distinto de hierro. 
  • LSD: El químico suizo  Albert Hofmann se tomó el primer ácido del mundo en 1943, cuando tocó una mica de dietilamida del ácido lisérgico, un compuesto químico en el que estaba investigando para estimular el parto. Más tarde, al tomar una dosis mayor hizo un nuevo descubrimiento: el mal viaje. 
  • Rayos-X: Varios científicos del siglo XIX habían jugado con los penetrantes rayos que se emiten cuando los electrones golpean un objetivo metálico. Pero los rayos-x no fueron descubiertos hasta 1895, cuando el intelectual alemán  Wilhelm Röntgen realiza experimentos con los tubos de Hittorff-Crookes y la bobina de Ruhmkorff, analizaba los rayos catódicos, para evitar la fluorescencia violeta, que producían los rayos catódicos en las paredes de un vidrio del tubo. Era tarde y al conectar su equipo por última vez se sorprendió al ver un débil resplandor amarillo-verdoso a lo lejos: sobre un banco próximo había un pequeño cartón con una solución de cristales de platino-cianuro de bario, observó que al apagar el tubo se oscurecía y al prenderlo se producía nuevamente, retiró más lejos el cartón y comprobó que la fluorescencia se seguía produciendo, repitió el experimento y sucedió lo mismo, los rayos creaban una radiación muy penetrante, pero invisible. Observó que los rayos atravesaban grandes capas de papel e incluso metales menos densos que el plomo. 
  • Penicilina: El científico escocés Alexander Fleming investigaba la gripe en 1928 cuando se dio cuenta de que un moho azul-verdoso había infectado una de sus placas Petri, y había matado a la bacteria staphylococcus que cultivaba en él. Todos recibieron con clamor su descuido en el laboratorio. 
  • Endulzante artificial: Hablando de chapuzas en el laboratorio, tres falsos-azúcares han llegado a los labios humanos solo porque los científicos olvidaron lavarse las manos. El ciclamato (1937) y el aspartamo (1965) son subproductos de la investigación médica, y la sacarina (1879) apareció durante un proyecto con derivados de la brea de carbón.
  • Hornos microondas: Los emisores de microondas (o magnetrones) proveían a los radares aliados en la segunda Guerra mundial. El salto de detectar nazis a calentar nachos llegó en 1946, después de que un magnetrón derritiese una barra de caramelo que llevaba en el bolsillo Percy Spencer, ingeniero de la empresa Raytheon. 
  • Coñac: Los mercaderes de vino medievales solían extraer el agua del vino (destilandose) de modo que su delicada carga se asentara mejor y ocupara menos espacio en el mar; luego en destino volvían a añadirla. Mucho después, alguna alma intrépida – apostamos a que fue un marinero – decidió evitar el proceso de la reconstitución y así nació el brandy.
  • Caucho vulcanizado: El caucho se pudre de mala manera y huele peor, a no ser que se vulcanice. Los antiguos mesoamericanos tenían su propia versión del proceso, pero Charles Goodyear lo redescubrió en 1839 cuando se le cayó inintencionadamente (bueno, al menos es lo que dice la mayoría) un compuesto a base de caucho y azufre sobre una estufa caliente. 
  • Blandi-blub: A comienzos de la década de los 40, el científico de General Electric James Wright trabajaba en una goma artificial que pudiese ayudar en la guerra cuando mezcló ácido bórico y aceite de silicio. El día de la victoria no llegó antes pero estirar la imagen de las tiras de cómic se convirtió en un pasatiempo nacional.
  • Patatas chips: El chef George Crum preparó el complemento perfecto para sandwichs en 1853 cuando – para fastidiar a un cliente que siempre se quejaba de que sus patatas fritas eran demasiado gruesas, las partió del grosor de un papel y las frió hasta que crujían. No hace falta decir que el comensal no pudo comerse solo una.

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